Queridos lectores:
El pasado viernes 8 de marzo se celebró el
Día Internacional de la Mujer Trabajadora que a mí, como a tantas otras
afortunadas, me pilló trabajando. Los sindicatos mayoritarios aprovecharon para
dejarnos panfletos, en las noticias se
hizo el consecuente comentario al respecto de la situación de la mujer en el
mundo, en la radio se retransmitieron algunos programas especiales. Sin
embargo, he de admitir que no me hubiese decidido a escribir este post de no ser por el fantástico
documental “Miss Escaparate” emitido por el programa Documentos TV de TVE2. Por
favor, no dejen de verlo.
http://www.rtve.es/television/20130305/documentos-miss-escaparate/613325.shtml
Toda mi vida he estado rodeada de mujerestrabajadoras. Mi madre y sus cuatro hermanas, pese a haber nacido en una época
en la que el trabajo femenino se consideraba casi una vulgaridad de las clases
bajas, fueron estudiantes excelentes, trabajadores precoces hasta el día de
hoy, con el tiempo madres, y, por supuesto, amas de casa a tiempo completo. Las
mujeres de mis tíos, aun perteneciendo algunas de ellas a clases más acomodadas,
siguieron el mismo camino.
En el caso de mi madre, sin duda el que mejor
conozco, se decantó por el empleo público tras unos años en la empresa privada
y siguió luchando con oposiciones de promoción interna para mejorar hasta que
mi hermana y yo pasamos de largo la edad del pavo. Ejemplar. Recuerdo sus
apuntes en un aparatoso archivador plastificado de alguna academia
especializada sobre la encimera de la cocina, y a ella repasándolos
incansablemente mientras preparaba la bechamel de unas croquetas. No la
recuerdo jamás en casa al levantarme ya que, para poder volver a casa lo antes
posible, salía a una de esas horas intempestivas, un punto indeterminado entre
la mañana y la madrugada, en las que aún no están puestas las calles.
Casos como el de mi madre son, a día de hoy,
la norma común entre las mujeres. Sobrevivimos como podemos en un mundo
profesional en el que muchas esferas aún nos están vetadas. Estudiamos hasta
dejarnos los cuernos. Aporreamos los teclados tanto o más fuerte que nuestros
colegas masculinos. Corremos al gimnasio porque la sociedad no tolera a una
mujer descuidada. Invertimos cantidades absurdas en cremas reparadoras y maquillajes
que oculten las ojeras. Escondemos la culpabilidad tras la profesionalidad al
dejar a nuestros hijos en casa en unas empresas en las que la palabra
“conciliación” les suena a “comunismo”. Escuchamos boquiabiertas críticas
incesantes que cuestionan la capacidad educadora de la mujer trabajadora
“claro, todo el día el crío sólo, cómo va a salir” o, en caso de optar por una
excedencia o reducción de jornada, las que nos acusan de vagancia “es de ésas
que abandona al tener un hijo”. A la mujer se le exige más. Es un hecho.
En mi lugar de trabajo, un área financiera
muy jerarquizada, se da la siguiente situación: paridad en los mandosintermedios y total ausencia de mujeres en los superiores. En ocasiones, cuando
dichas mujeres al cargo de mandos intermedios se ven forzadas a defender a capa
y espada los recursos, utilidad o lo que quiera que haya que defender del departamento
que lideran, se las tacha de pasionales, de arpías o, aún peor, de “estar en
esos días”. A los hombres, en cambio, se les considera “buenos líderes”. De las
mujeres que llegan a los ya citados cargos intermedios antes de cumplir veinte
años de servicio en la empresa se las acusa de haber conseguido el cargo “por
mona”, en caso de serlo; “por fácil”, en caso de odios acumulados; por “arpía”,
ésa gran palabra.
La situación fuera del mundo laboral es,
lamentablemente y como muestra el documental recomendado, aún más triste. Los
medios sensacionalistas, cada vez más numerosos, venden esa imagen de mujer que
odia a otras mujeres, que sólo busca la mirada del hombre, a la que sólo le
preocupa la depilación y el peso. La de esa mujer que consigue todo lo que
quiere con una caidita de párpados y un bombeado de su escote. La que corre
detrás del hombre más tonto con el coche más hortera. La que peca de tonta por
hacérselo, porque con ello conforta al sexo opuesto. La que se presta a hacerse
una liposucción por parte de un cirujano plástico gordo y calvo. Qué ironía. Qué
triste. Qué injusticia.
El documental anima a las mujeres a escribir
nuestra propia historia. Que no sea un director hombre siguiendo el guión de un
guionista hombre basado en una novela escrita por un escritor hombre quienes
cuenten la historia de una mujer. Que seamos nosotras mismas quienes
expliquemos esos sentimientos que tenemos al ir todos los días al trabajo, que
relatemos en primera persona cómo nos sentimos al conocer el amor, que hagamos
partícipes de nuestros problemas e inquietudes a otras mujeres que recibirán
ávidas nuestras propuestas y consejos. Que cooperemos, en vez de competir. Que
contemos nuestras historias y no las calorías que ingerimos. Y en esas estamos.
Personalmente me siento algo perdida en este
mundo de sexos enfrentados. ¿He de comportarme como un hombre en el ambiente
profesional para ganarme el respeto de mis colegas? ¿He de disfrazar mi
condición de mujer bajo esmóquines y corbatas para que se me tome en serio?
¿Tendré que vendarme los pechos como en Victor o Victoria para tratar de
inhibir el deseo sexual de mis colegas hacia mi humilde persona? ¿O acaso debo
reforzarlo y utilizarlo como herramienta de escalada? ¿Verdaderamente quiero
llegar a tan altas escalas y tener a tales hombres como compañeros? ¿Qué bromas
puedo aceptar y cuales debo condenar para que no se me tenga por una
“facilona”? ¿Es que acaso no puedo ser yo misma, tan femenina como profesional,
y llegar lejos?
Hoy más que nunca, queridos lectores,
entiendan bien el mensaje que quiero lanzar. No es quien aquí escribe una
persona quejica ni derrotista, pero lo que arriba narro es la verdad de mi día
cotidiano. Conciénciese como hombres en respetar a las mujeres tanto como a sus
colegas masculinos; determínense como mujeres a cooperar con otras mujeres, en
lugar de pisotearse; vetemos los programas y revistas sensacionalistas que
centran su programación en “el drama de la celulitis” y “la pasión deledredoning”; y, por favor, casi lo más importante: inculquemos valores
positivos a este respecto en nuestros jóvenes. Llámenme loca, pero una
generación sexista será una generación perdida y un fracaso social estrepitoso.
Prométanme que lo intentarán.
Prométanme que lo intentarán.