miércoles, 13 de marzo de 2013

Día Internacional de la Mujer Trabajadora



Queridos lectores:
 
El pasado viernes 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la Mujer Trabajadora que a mí, como a tantas otras afortunadas, me pilló trabajando. Los sindicatos mayoritarios aprovecharon para dejarnos  panfletos, en las noticias se hizo el consecuente comentario al respecto de la situación de la mujer en el mundo, en la radio se retransmitieron algunos programas especiales. Sin embargo, he de admitir que no me hubiese decidido a escribir este post de no ser por el fantástico documental “Miss Escaparate” emitido por el programa Documentos TV de TVE2. Por favor, no dejen de verlo.

http://www.rtve.es/television/20130305/documentos-miss-escaparate/613325.shtml

Toda mi vida he estado rodeada de mujerestrabajadoras. Mi madre y sus cuatro hermanas, pese a haber nacido en una época en la que el trabajo femenino se consideraba casi una vulgaridad de las clases bajas, fueron estudiantes excelentes, trabajadores precoces hasta el día de hoy, con el tiempo madres, y, por supuesto, amas de casa a tiempo completo. Las mujeres de mis tíos, aun perteneciendo algunas de ellas a clases más acomodadas, siguieron el mismo camino. 
En el caso de mi madre, sin duda el que mejor conozco, se decantó por el empleo público tras unos años en la empresa privada y siguió luchando con oposiciones de promoción interna para mejorar hasta que mi hermana y yo pasamos de largo la edad del pavo. Ejemplar. Recuerdo sus apuntes en un aparatoso archivador plastificado de alguna academia especializada sobre la encimera de la cocina, y a ella repasándolos incansablemente mientras preparaba la bechamel de unas croquetas. No la recuerdo jamás en casa al levantarme ya que, para poder volver a casa lo antes posible, salía a una de esas horas intempestivas, un punto indeterminado entre la mañana y la madrugada, en las que aún no están puestas las calles.
Casos como el de mi madre son, a día de hoy, la norma común entre las mujeres. Sobrevivimos como podemos en un mundo profesional en el que muchas esferas aún nos están vetadas. Estudiamos hasta dejarnos los cuernos. Aporreamos los teclados tanto o más fuerte que nuestros colegas masculinos. Corremos al gimnasio porque la sociedad no tolera a una mujer descuidada. Invertimos cantidades absurdas en cremas reparadoras y maquillajes que oculten las ojeras. Escondemos la culpabilidad tras la profesionalidad al dejar a nuestros hijos en casa en unas empresas en las que la palabra “conciliación” les suena a “comunismo”. Escuchamos boquiabiertas críticas incesantes que cuestionan la capacidad educadora de la mujer trabajadora “claro, todo el día el crío sólo, cómo va a salir” o, en caso de optar por una excedencia o reducción de jornada, las que nos acusan de vagancia “es de ésas que abandona al tener un hijo”. A la mujer se le exige más. Es un hecho. 
En mi lugar de trabajo, un área financiera muy jerarquizada, se da la siguiente situación: paridad en los mandosintermedios y total ausencia de mujeres en los superiores. En ocasiones, cuando dichas mujeres al cargo de mandos intermedios se ven forzadas a defender a capa y espada los recursos, utilidad o lo que quiera que haya que defender del departamento que lideran, se las tacha de pasionales, de arpías o, aún peor, de “estar en esos días”. A los hombres, en cambio, se les considera “buenos líderes”. De las mujeres que llegan a los ya citados cargos intermedios antes de cumplir veinte años de servicio en la empresa se las acusa de haber conseguido el cargo “por mona”, en caso de serlo; “por fácil”, en caso de odios acumulados; por “arpía”, ésa gran palabra.
La situación fuera del mundo laboral es, lamentablemente y como muestra el documental recomendado, aún más triste. Los medios sensacionalistas, cada vez más numerosos, venden esa imagen de mujer que odia a otras mujeres, que sólo busca la mirada del hombre, a la que sólo le preocupa la depilación y el peso. La de esa mujer que consigue todo lo que quiere con una caidita de párpados y un bombeado de su escote. La que corre detrás del hombre más tonto con el coche más hortera. La que peca de tonta por hacérselo, porque con ello conforta al sexo opuesto. La que se presta a hacerse una liposucción por parte de un cirujano plástico gordo y calvo. Qué ironía. Qué triste. Qué injusticia. 
El documental anima a las mujeres a escribir nuestra propia historia. Que no sea un director hombre siguiendo el guión de un guionista hombre basado en una novela escrita por un escritor hombre quienes cuenten la historia de una mujer. Que seamos nosotras mismas quienes expliquemos esos sentimientos que tenemos al ir todos los días al trabajo, que relatemos en primera persona cómo nos sentimos al conocer el amor, que hagamos partícipes de nuestros problemas e inquietudes a otras mujeres que recibirán ávidas nuestras propuestas y consejos. Que cooperemos, en vez de competir. Que contemos nuestras historias y no las calorías que ingerimos. Y en esas estamos.
Personalmente me siento algo perdida en este mundo de sexos enfrentados. ¿He de comportarme como un hombre en el ambiente profesional para ganarme el respeto de mis colegas? ¿He de disfrazar mi condición de mujer bajo esmóquines y corbatas para que se me tome en serio? ¿Tendré que vendarme los pechos como en Victor o Victoria para tratar de inhibir el deseo sexual de mis colegas hacia mi humilde persona? ¿O acaso debo reforzarlo y utilizarlo como herramienta de escalada? ¿Verdaderamente quiero llegar a tan altas escalas y tener a tales hombres como compañeros? ¿Qué bromas puedo aceptar y cuales debo condenar para que no se me tenga por una “facilona”? ¿Es que acaso no puedo ser yo misma, tan femenina como profesional, y llegar lejos?
Hoy más que nunca, queridos lectores, entiendan bien el mensaje que quiero lanzar. No es quien aquí escribe una persona quejica ni derrotista, pero lo que arriba narro es la verdad de mi día cotidiano. Conciénciese como hombres en respetar a las mujeres tanto como a sus colegas masculinos; determínense como mujeres a cooperar con otras mujeres, en lugar de pisotearse; vetemos los programas y revistas sensacionalistas que centran su programación en “el drama de la celulitis” y “la pasión deledredoning”; y, por favor, casi lo más importante: inculquemos valores positivos a este respecto en nuestros jóvenes. Llámenme loca, pero una generación sexista será una generación perdida y un fracaso social estrepitoso. 

Prométanme que lo intentarán.

Cierre del ciclo



Queridos lectores:

Ansiaba como buena loca que soy la llegada de una fecha tan señalada como la que me sobrevino el miércoles noche en la habitación de un hospital madrileño. Todo comenzó cuando mi compañera ME, amante del esoterismo y las limpiezas de aura, me recordó, hará un par de semanas, que pronto cumpliría el primer aniversario de mi ruptura. Dado que yo para esas cosas soy bastante escéptica, desconecté tan pronto como percibí un deje enigmático en su teoría, pero ella, muy seria, me llamó la atención recordándome que pasar por dicha fecha suponía el cierre de un ciclo: “ya has sobrevivido el primer cumpleaños, las primeras navidades, las cuatro estaciones…, así que ahora sólo se puede ir para arriba”.



No pude evitar darle la razón a ME y disponerme a esperar tan ansiada fecha como agua de mayo. Sin embargo, una operación leve a un familiar me trastocó la rutina y la cabeza a partes iguales y debí enterrarlo en algún lugar de mi memoria. La noche del miércoles, a punto de cerrar los ojos en la butaca de acompañante de la planta quinta del hospitalDoce de Octubre de Madrid, sentí unas vibraciones exageradas que me devolvieron casi físicamente a aquella cocina del madrileño barrio de Lavapiés; a aquel lunes horribilis en el que empaqueté un par de mudas y un neceser mientras él me observaba sin ver, destrozado, sentado en la cama; la mirada condescendiente del taxista que me recogió de madrugada en plena glorieta de Atocha y me veía llorar desconsolada a través de su retrovisor; el abrazo de mi hermana y de su novio al abrirme la puerta de su casa caliente.

Un año. Tanto tiempo. Y a la vez tan poco. 


Un año duro, complejo, repleto de tristes decepciones, de tintes negros en mi naïf mirada rosa, de despertares absurdos sin él como contrapeso al otro lado de la cama, de anocheceres nostálgicos. Pero también un año de aprendizaje, de redescubrimiento, de aventuras que pensé jamás volvería a vivir, risas inesperadas que te llenan la boca, actos sin sentido, cruces de caminos, proyectos locos, patadas hacia adelante. Un año en el que, aunque parecía imposible, su rostro se ha ido desfigurando poco a poco en mi cabeza, como motas de arena arrastradas por el viento del norte.

Debo admitir, queridos lectores, que fue un pelín decepcionante despertar al día siguiente, tras la catarsis nocturna mecida por los estruendosos ronquidos del acompañante de la otra enferma al otro lado de la cortina, y ver la vida bajo el mismo prisma. No sé muy bien qué esperaba, supongo que un empujón de fortaleza, un hálito de autoestima por haber sobrevivido a este año de tierras movedizas, una potente mano en mi hombro que me confortase y guiase hacia la nueva vida superado el año de duelo. Pero no, la habitación era la misma que el día anterior, mi estómago volvía a rugir por un desayuno de campeones, como el resto de los días, y el sol volvió a salir y a ponerse, como mandan las leyes de la física. 



Al mirar hoy hacia atrás y observar el camino recorrido, siento un cierto orgullo por el mero hecho de haber seguido hacia adelante. He conseguido no tirar la toalla con el proyecto profesional que empezó en Madrid en 2010 por y para él, habiéndome convertido a día de hoy en un recurso muy preciado en mi departamento; sola y con éstas mis manos comencé una vida nueva en una casa nueva rodeada de gente nueva en un barrio nuevo; me he reconciliado con la escritura, para la que antes nunca encontraba tiempo; logré vencer una de las lacras personales que durante más tiempo me ha acompañado: morderme las uñas; mis labios han catado nuevas y deliciosas mieles; consigo arrancarle algunas notas delirantes a la guitarra un par de veces por semana; leo, salgo, bailo, bebo, fumo, voy al cine; tengo una excelente vida social; conduzco. Y, próximamente (sí, queridos lectores, no es ningún farol, ya he pagado las matrículas) retomaré la natación dos veces por semana y aprenderé el sinuoso arte del baile de la salsa

Y bueno, aquí sigo. Viva, que no es poco. Unos días maravillosos, otros más normales, algunos malos. Como la vida de todo el mundo supongo. A veces muy perdida; otras, sólo desorientada. Siento, no obstante, que aún necesito tiempo para superarle, para encontrarle el lugar adecuado en mi corazón, en mi alma y en mi cabeza. Tiempo para reconstruir mi maltrecho corazón, que sigue pétreo… quizá por poco tiempo.