Queridos lectores:
Ansiaba como buena loca que soy la llegada de
una fecha tan señalada como la que me sobrevino el miércoles noche en la
habitación de un hospital madrileño. Todo comenzó cuando mi compañera ME,
amante del esoterismo y las limpiezas de aura, me recordó, hará un par de
semanas, que pronto cumpliría el primer aniversario de mi ruptura. Dado que yo
para esas cosas soy bastante escéptica, desconecté tan pronto como percibí un
deje enigmático en su teoría, pero ella, muy seria, me llamó la atención
recordándome que pasar por dicha fecha suponía el cierre de un ciclo: “ya has
sobrevivido el primer cumpleaños, las primeras navidades, las cuatro
estaciones…, así que ahora sólo se puede ir para arriba”.
No pude evitar darle la razón a ME y
disponerme a esperar tan ansiada fecha como agua de mayo. Sin embargo, una
operación leve a un familiar me trastocó la rutina y la cabeza a partes iguales
y debí enterrarlo en algún lugar de mi memoria. La noche del miércoles, a punto
de cerrar los ojos en la butaca de acompañante de la planta quinta del hospitalDoce de Octubre de Madrid, sentí unas vibraciones exageradas que me devolvieron
casi físicamente a aquella cocina del madrileño barrio de Lavapiés; a aquel lunes
horribilis en el que empaqueté un par de mudas y un neceser mientras él me
observaba sin ver, destrozado, sentado en la cama; la mirada condescendiente
del taxista que me recogió de madrugada en plena glorieta de Atocha y me veía
llorar desconsolada a través de su retrovisor; el abrazo de mi hermana y de su
novio al abrirme la puerta de su casa caliente.
Un año. Tanto tiempo. Y a la vez tan poco.
Un año duro, complejo, repleto de tristes
decepciones, de tintes negros en mi naïf mirada rosa, de despertares absurdos
sin él como contrapeso al otro lado de la cama, de anocheceres nostálgicos.
Pero también un año de aprendizaje, de redescubrimiento, de aventuras que pensé
jamás volvería a vivir, risas inesperadas que te llenan la boca, actos sin
sentido, cruces de caminos, proyectos locos, patadas hacia adelante. Un año en
el que, aunque parecía imposible, su rostro se ha ido desfigurando poco a poco
en mi cabeza, como motas de arena arrastradas por el viento del norte.
Debo admitir, queridos lectores, que fue un
pelín decepcionante despertar al día siguiente, tras la catarsis nocturna
mecida por los estruendosos ronquidos del acompañante de la otra enferma al
otro lado de la cortina, y ver la vida bajo el mismo prisma. No sé muy bien qué
esperaba, supongo que un empujón de fortaleza, un hálito de autoestima por
haber sobrevivido a este año de tierras movedizas, una potente mano en mi
hombro que me confortase y guiase hacia la nueva vida superado el año de duelo.
Pero no, la habitación era la misma que el día anterior, mi estómago volvía a
rugir por un desayuno de campeones, como el resto de los días, y el sol volvió
a salir y a ponerse, como mandan las leyes de la física.
Al mirar hoy hacia atrás y observar el camino
recorrido, siento un cierto orgullo por el mero hecho de haber seguido hacia
adelante. He conseguido no tirar la toalla con el proyecto profesional que
empezó en Madrid en 2010 por y para él, habiéndome convertido a día de hoy en un
recurso muy preciado en mi departamento; sola y con éstas mis manos comencé una
vida nueva en una casa nueva rodeada de gente nueva en un barrio nuevo; me he
reconciliado con la escritura, para la que antes nunca encontraba tiempo; logré
vencer una de las lacras personales que durante más tiempo me ha acompañado:
morderme las uñas; mis labios han catado nuevas y deliciosas mieles; consigo
arrancarle algunas notas delirantes a la guitarra un par de veces por semana; leo,
salgo, bailo, bebo, fumo, voy al cine; tengo una excelente vida social; conduzco.
Y, próximamente (sí, queridos lectores, no es ningún farol, ya he pagado las
matrículas) retomaré la natación dos veces por semana y aprenderé el sinuoso
arte del baile de la salsa.
Y bueno, aquí sigo. Viva, que no es poco.
Unos días maravillosos, otros más normales, algunos malos. Como la vida de todo
el mundo supongo. A veces muy perdida; otras, sólo desorientada. Siento, no
obstante, que aún necesito tiempo para superarle, para encontrarle el lugar
adecuado en mi corazón, en mi alma y en mi cabeza. Tiempo para reconstruir mi
maltrecho corazón, que sigue pétreo… quizá por poco tiempo.
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